Las intenciones de Bush

Las intenciones de Bush

Dilip Hiro
Thursday, June 3, 2004

En su comparecencia ante el pueblo estadounidense el 24 de mayo, el presidente George W. Bush admitió que “la vergonzosa conducta de unos pocos soldados estadounidenses” suponía la deshonra de Estados Unidos, aunque, por lo visto, no reconoció sus desastrosas consecuencias para la campaña bélica de Iraq. Es probable que la publicación de las fotografías de los detenidos iraquíes –descritas por el secretario de defensa Donald Rumsfeld como una flagrante muestra de sadismo, crueldad e inhumanidad en Abu Ghraib, cárcel controlada por el Pentágono, se convierta en el punto de inflexión de la guerra de Iraq y del período de posguerra. Ahora que se ha descartado la supuesta vinculación de Iraq con Al Qaeda y la existencia de armas de destrucción masiva (ADM), las fotografías de los prisioneros humillados y desnudos han echado por tierra el último intento de justificación pública de Bush de la invasión de Iraq.

El escándalo de Abu Ghraib, seguido por la declaración del general John Abizaid ante un comité del Congreso de Estados Unidos en la que afirmó que los comandantes del ejército habían investigado 75 casos –una cifra que duplica la que el Pentágono presentó en primera instancia– de malos tratos a prisioneros en Iraq y Afganistán, ha impactado de lleno en el corazón de la autoproclamada autoridad moral estadounidense.

La autoridad moral deWashington se vino abajo justo en el momento en que su poderosa maquinaria militar fue incapaz de tomar la ciudad sunita de Falluja y de imponer su voluntad en las ciudades santas chiitas de Najaf y Kerbala. La encarnizada y victoriosa resistencia de la milicia de Muqtada Al Sadr es una demostración de que en Iraq, los lazos religiosos, tribales y familiares son más resistentes que la lealtad a una potencia infiel y extranjera.

El magnicidio del presidente del Consejo de Gobierno iraquí Izzedin Salim el 19 de mayo en Bagdad demostró que los sublevados sunitas seguían en activo. Esto ha dificultado todavía más la misión del enviado de las Naciones Unidas, Lajdar Brahimi, de nombrar el Gobierno provisional ya que el número de iraquíes dispuestos a cooperar con los ocupantes angloestadounidenses disminuye a marchas forzadas.

Así las cosas, el día 30 de junio, fecha del traspaso de poderes a los iraquíes por parte de la Autoridad Provisional de la Coalición encabezada por Estados Unidos (APC), adquiere aún más importancia. En Washington se tiene la impresión cada vez más manifiesta de que, a partir de esa fecha, todas las culpas de los fracasos y contratiempos en Iraq recaerán en la autoridad iraquí, mientras que los soldados estadounidenses –liberados de la delicada y peligrosa misión de garantizar la seguridad en las zonas urbanas, y acuartelados en bases situadas fuera de la ciudad– seguirán estando listos para colaborar con las fuerzas de seguridad iraquíes siempre que sea necesario.

No obstante, este traspaso de poderes no formaparte de una estrategia de salida. Noimporta lo que diga la Administración Bush en público: no tiene intención alguna de renunciar a Iraq por voluntad propia en un futuro próximo. Esto no sólo daría al traste con su plan de convertir Iraq en la viva imagen de Estados Unidos, sino que concedería una sonada victoria a los insurrectos árabes y tendría consecuencias imprevisibles para el área de Oriente Próximo.

Por otra parte, en el Iraq ocupado han convergido nacionalismo e islam, lo que ha dado como resultado una combinación sin par que no sólo ha promovido la sublevación armada, sino también una actividad política permisiva. Los líderes iraquíes, laicos y religiosos están empecinados en combatir el dominio económico y militar estadounidense de su país. Este último es el objetivo fundamental del equipo de Bush, tal como han descrito Paul O'Neill, que fue secretario del Tesoro de Bush durante dos años, y el general Jay Garner, primer administrador estadounidense de Iraq.

En el libro de Ron Suskind “El precio de la lealtad: George W. Bush, la Casa Blanca y la educación de Paul O'Neill”, el ex secretario del Tesoro describe cómo en la reunión del Consejo de Seguridad Nacional (CSN) celebrada el día 1 de febrero del 2001, Rumsfeld se entregó a la tarea de plantear objetivos estadounidenses de mayores dimensiones en Iraq. “Imaginen cómo sería la región sin Saddam y con un régimen que estuviera en sintonía con los intereses de Estados Unidos –dijo–. Lo cambiaría todo en esa región y más allá de sus fronteras. Demostraría en qué consiste la política estadounidense.” A continuación habló sobre el Iraq post-Saddam, de los kurdos del norte, de los yacimientos petrolíferos y de la reconstrucción económica del país a la manera del mercado liberal.

El pasado mes de marzo, durante una entrevista con la BBC, el general Garner declaró que lo habían destituido sumariamente de su cargo, en parte, porque quería celebrar elecciones lo antes posible, lo que entraba en conflicto con las prioridades de sus superiores políticos, decididos a privatizar la industria iraquí como parte de un proyecto ideado a finales del 2001. No fue casualidad que justo cuando Paul Bremer inició la primera fase de la conversión de Iraq en una economía al estilo estadounidense con su orden 39 –mediante la privatización de 200 industrias iraquíes cuya propiedad podía ser ciento por ciento extranjera–, se recrudecieran las acciones llevadas a cabo por la resistencia iraquí.

Mientras que el aumento de los ataques de la guerrilla en la zona de mayoría sunita de Iraq recibió una amplia cobertura, los medios de comunicación occidentales no prestaron atención a la vehemente oposición del gran ayatolá Ali Husseini Sistani a la transformación radical de la economía de su país; transformación que desde su punto de vista estaba en pugna con los principios islámicos.

La conversión de la economía de Iraq al capitalismo libre es una de las facetas más importantes del proyecto de la Administración Bush. El otro objetivo es la creación de unos servicios secretos y de seguridad iraquíes a imagen de los estadounidenses, y establecer una cooperación a largo plazo entre ambos. Estos dos aspectos se asegurarán, tal como han escrito los analistas estadounidenses, mediante el establecimiento de bases militares de Estados Unidos en un país que tiene frontera con seis importantes naciones, lo cual proporciona a Washington, cuando menos, influencia para presionar a los regímenes de Irán y Siria.

La Casa Blanca intenta obtener la legitimidad del Gobierno provisional iraquí mediante el borrador de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas presentado el 24 de mayo.Apesar de su escepticismo, Francia y Rusia no tienen la intención de enfrentarse a Estados Unidos en el Consejo, pero sí negociarán el adelanto de la fecha en que se reconsiderará el papel de la fuerza multinacional y los términos concretos que permitirán al Gobierno provisional iraquí ordenar la marcha de la fuerza multinacional. No hay perspectivas de que ningún país importante contribuya a la fuerza multinacional con el envío de soldados. De hecho, el deterioro de la “coalición de los dispuestos”, que empezó en marzo tras la decisión del nuevo Gobierno español de retirar sus tropas, seguirá aumentando, hecho que dejará a Estados Unidos y al Reino Unido en una situación más vulnerable que antes.

La Administración Bush es tan impopular en Iraq que todos los que cooperan con ella, ya sean o no iraquíes, son juzgados con suspicacia en el mejor de los casos y con hostilidad en el peor. Incluso se especula con la posibilidad de que Ahmed Chalabi, hasta hace poco la cara visible del Pentágono, esté llevando a cabo una maniobra antiestadounidense con la finalidad de aumentar su credibilidad entre los iraquíes. Las Naciones Unidas gozan casi de la misma antipatía entre la población iraquí que Estados Unidos. En Iraq no se olvida que fue la ONUla que impuso al país una sanciones muy restrictivas durante trece años, medida que provocó un descenso del 90 por ciento de su nivel de vida. Es revelador que la ONU haya reconocido su difícil papel mediante una resolución, por lo demás formulada con gran vaguedad, en la que incluye una condición específica: la creación de una fuerza especial para proteger la misión de las Naciones Unidas en Iraq.

Una encuesta reciente realizada por el periódico “USA Today” y la cadenaCNNdemostró que tan sólo una cuarta parte de los iraquíes encuestados tenían una opinión favorable de Estados Unidos o de las Naciones Unidas. Si descontamos las opiniones de los kurdos (una sexta parte de la población), que en general están a favor de Estados Unidos, el porcentaje de árabes iraquíes partidarios de Estados Unidos descendería al diez por ciento. De hecho, las posibilidades de que un Gobierno de transición iraquí nombrado por Estados Unidos y Naciones Unidas dure lo suficiente para celebrar elecciones en enero del 2005 parecen bastante escasas.

DILIP HIRO, autor de “Iraq: In the eye of the storm”. Su último libro es “Secrets and lies: operation Iraqi Freedom and after.”

© 2004 Yale Center for the Study of Globalization