¿Amenaza el déficit estadounidense la estabilidad financiera mundial?

¿Amenaza el déficit estadounidense la estabilidad financiera mundial?

No, mientras Estados Unidos siga como destino inversor más atractivo y haga buen uso de esa riqueza extranjera
Hilton Root
Friday, October 15, 2004

El papel de Estados Unidos en la globalización se ha convertido en un importante punto de discusión en la batalla por la presidencia estadounidense. Políticos y expertos comparten la preocupación de que el creciente déficit comercial y el gran endeudamiento general suponen una amenaza para el futuro del país y, a su vez, para la estabilidad mundial. Sin embargo, la actitud retórica de los candidatos conduce a propuestas poco realistas e incluso peligrosas, que pueden acelerar los catastróficos augurios que los propios candidatos intentan evitar.

Muchos de los más influyentes economistas –Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Larry Summers y el FMI– y de los principales hombres de negocios –Peter Peterson y Warren Buffet– consideran que las políticas fiscales de Estados Unidos y el déficit comercial de 500.000 millones de dólares amenazan la estabilidad financiera mundial. Los políticos han extendido los temores de que la economía nacional quede a la merced de los inversores extranjeros y han apremiado a la adopción de medidas proteccionistas, que pueden dar lugar a nuevas oleadas de antiamericanismo y obstruir los pasos futuros hacia la integración mundial. Ahora bien, ¿conducen de verdad esas políticas miopes, como afirman los críticos, la economía mundial hacia el desastre?

A pesar de los recelos de los expertos, la demanda mundial del dólar sigue fuerte. En realidad, los grandes déficit presupuestarios creados por el Gobierno estadounidense hacen subir los tipos de interés, con lo que atraen el capital extranjero. De modo más importante, hay una confianza creciente en el dólar, impulsada por fuerzas ajenas al control directo del Gobierno estadounidense.

La capacidad fiscal de un país no sólo depende de su tasa de ahorro. También depende de la reputación general de las instituciones políticas y de la estabilidad de las organizaciones sociales. Antes de conceder préstamos, las entidades crediticias extranjeras evalúan la posibilidad de devolución analizando la salud de las instituciones políticas del deudor y si cuentan o no con el apoyo del consenso social. Muchos críticos consideran que el infradotado sistema de seguridad social y atención médica estadounidense amenaza la estabilidad financiera futura del país; este debate divide políticamente en dos la población del país. Sin embargo, una resolución de las actuales divisiones puede conseguirse en el marco de esas instituciones. No es probable que ninguna de las partes recurra a las armas o exija una nueva constitución para asegurarse de que sus intereses queden protegidos.

Las comparaciones generales a largo plazo entre las regiones del mundo ponen de manifiesto que no hay recambio a la salud y estabilidad relativas de la economía estadounidense. En Europa, un sobrecargado sector público desacelera el crecimiento y disminuye el atractivo de los activos europeos. Para que Europa compita por una mayor porción de los flujos de capital internacional, tienen que cambiar drásticamente las políticas que constituyen hoy la base de la estabilidad política. Los ciudadanos europeos tendrían que modificar su organización social para reducir las demandas sociales al Estado, integrar a los inmigrantes y reforzar las instituciones regionales por medio de la atenuación de la independencia interna.

Las economías asiáticas padecen unas relaciones mal definidas entre el Estado y la economía privada. En China, la debilidad de las instituciones ha facilitado unos déficit crecientes y la incertidumbre fiscal. Aunque el Gobierno necesita ayuda para financiar su expansiva política de inversión pública y para sostener las industrias estatales, la riqueza del creciente sector privado sigue libre de impuestos. De un modo similar, las economías de los tigres asiáticos, Japón incluido, sufren una ambivalencia cultural a propósito del papel del Estado en la regulación de la industria. Muchos ciudadanos, indecisos acerca de la protección pública de los trabajadores, temen la sustitución del papel de la familia por el Estado. Como consecuencia, los mercados laborales padecen cierta rigidez. Tampoco parece probable que Oriente Medio vaya a modificar su comportamiento.

Los gobiernos latinoamericanos presentan una incapacidad para alcanzar un consenso sobre las prioridades presupuestarias. Los gobiernos no logran reunir unos ingresos adecuados porque los pobres se niegan a pagar impuestos por unos servicios no prestados y los ricos no tienen ningún incentivo para pagar servicios que no utilizan. Ninguno de los gobiernos de la región está lo bastante seguro de que no pondrá en peligro la estabilidad institucional si sube los impuestos. Así, la mayoría de los estados latinoamericanos se encuentra en una permanente crisis fiscal, mientras los ahorros de sus ciudadanos se encuentran a buen recaudo en el exterior. El impacto perjudicial de la inestabilidad política siempre es una posibilidad en China y América Latina cuando se plantean cuestiones relacionadas con los fondos para programas públicos. En Estados Unidos, el aumento de los impuestos, aunque desagradable en términos políticos, no provoca ninguna crisis institucional. A pesar de las grandes diferencias expresadas por los candidatos presidenciales de este año, la posición que al final acabe convirtiéndose en ley será financiada por el Congreso.No habrá ningún recurso a la acción militar si un bando disiente del resultado electoral. Aunque un nuevo partido llegue al poder, seguirá cumpliendo las obligaciones contraídas por su predecesor. Es más, los fondos adicionales que deban reunirse para programas acordados no provocarán una insurrección del partido discrepante.

¿Qué ocurre, pues, con la creciente deuda de Estados Unidos? En términos históricos, ha habido varios ejemplos de que la mayor potencia del mundo fuera también el mayor deudor. El auge de Holanda en el siglo XVII y de Inglaterra en el siglo XVIII puede atribuirse de forma directa a su capacidad para conseguir créditos a tipos de interés comparativamente bajos. Ambos países pidieron prestado un porcentaje de sus ingresos nacionales más elevado que rivales contemporáneos como Francia, Rusia y España.

La capacidad de conseguir préstamos a tipos de interés más bajos puede ser una fuente de fortaleza, pero también puede ser un peligro. Si los tipos varían de repente debido a unas relaciones reales de intercambio imprevistas, la fuerte carga de partner más importante podría verse amplificada más allá de las posibilidades de devolución. Los países políticamente fuertes se enfrentan al peligro de extender demasiado su alcance fiscal al ser demasiado atractivos para los ahorros de sus vecinos. El dinero se envía a un país que parece políticamente fuerte, con lo que éste puede vivir por encima de sus posibilidades. Si se produce una interrupción a corto plazo de la capacidad de devolver o pedir prestado, el resultado puede ser una importante crisis financiera. Las consecuencias de una súbita interrupción de los flujos de capital pueden ser devastadoras.Éste es precisamente el peligro al que deberá hacer frente el próximo presidente de Estados Unidos.

Paradójicamente, los críticos perciben el vasto endeudamiento exterior por parte de EE.UU. como una amenaza para la globalización. Se podría razonar lo contrario: la exposición a la economía estadounidense permite a los inversos internacionales una participación en la buena gestión y la prosperidad del país. Los responsables estadounidenses de la formulación de políticas deben alentar los ahorros privados y desalentar el gasto estatal. Las nuevas políticas fiscales internas no bastarán para desviar el flujo de capital internacional a esas partes del mundo más necesitadas. La credibilidad de las instituciones políticas internas da a Estados Unidos una fortaleza que hace atractivas las inversiones en dólares a los ojos de los inversores. En el futuro inmediato, en lugar de una retórica poco realista acerca de una reducción drástica de los déficit comercial y fiscal, sería más acertado que los políticos aplicaran una política de inversiones bien planeada. Una política basada en inversiones a largo plazo en educación, tecnología e igualdad social allanará el camino para el crecimiento económico. Los abundantes dividendos futuros deben ser el objetivo de los fondos que hoy se piden prestados.

La larga historia estadounidense de déficit presupuestarios, gastos federales excesivos y déficit comerciales no ha impedido la fuga de capital de los países en desarrollo. Esa fuga de capital a EE.UU. procede en gran medida de grandes fracasos en la dirección de esos países, algo que Washington no está en condiciones de corregir. El capital no acaba en el país que más lo necesita, sino en el país que lo trata mejor.

Hilton Root ha sido asesor del Departamento del Tesoro y es profesor visitante Freeman de Economía
en los Claremont Colleges y miembro del Instituto Miken.

© 2004 Yale Center for the Study of Globalization