El Mundo en la Cancha: El Futbol se Enfrenta a la Globalización

El fútbol es el deporte más globalizado. Los propietarios de cualquier equipo deportivo de la demanda y pagar por los mejores talentos en cualquier parte del mundo. Antes de 1995, las reglas del fútbol en Europa limita el número de jugadores extranjeros a un puñado por club. Un jugador belga protestó con éxito que las normas vulneradas las leyes europeas sobre la movilidad laboral y la discriminación. Desde entonces, las puertas se abrieron y las habilidades en el juego han mejorado, aunque el talento es cada vez más concentrada entre los más ricos los equipos y naciones. Permitir la movilidad laboral de los profesionales de la talla de ingenieros y médicos, economista sostiene Branko Milanovic, del mismo modo podría mejorar las habilidades, sino también aumentar la concentración y la desigualdad. En el fútbol, las normas mundiales para la Copa Mundial de restringir a los jugadores a jugar por su país de origen. Naciones Unidas podría adoptar un sistema similar de normas mundiales sobre el trabajo, fomentando el aumento de habilidades, mientras que la movilidad sea aceptable tanto para los profesionales y las tierras que proporcionan el talento. – YaleGlobal

El Mundo en la Cancha: El Futbol se Enfrenta a la Globalización

Branko Milanovic
Tuesday, June 15, 2010

COLLEGE PARK: Puede que la palabra “globalización” se le haya ocurrido a más de uno del millardo de espectadores de la apertura de la Copa Mundial de Futbol en Rustenberg, Sudáfrica. Tanto para los anunciantes como para los espectadores, el futbol encarna la globalización como ningún otro deporte. Y para los jugadores, el futbol encarna la globalización como ninguna otra profesión.

El mercado de futbolistas profesionales es el mercado laboral más globalizado. Un jugador de futbol nigeriano o brasileño puede conseguir empleo en Europa o Japón más facilmente que un hábil cirujano o ingeniero. De los cerca de 2,600 futbolistas profesionales jugando en las mejores ligas europeas – la inglesa, española, italiana, alemana y francesa – , casi 800 son expatriados, es decir, nacidos o reclutados en un país distinto a aquel en el que juegan, de acuerdo a información perteneciente a la temporada futbolística pasada publicada por el Observatorio de Jugadores Profesionales de Futbol.

El llamado fallo Bosman de 1995 significó un gran paso hacia el libre movimiento laboral en el futbol. Ante la Corte de Justicia Europea, el jugador belga Jean-Marc Bosman se había quejado de las reglas que en aquel entonces limitaban el número de jugadores extranjeros a dos o tres por equipo. Bosman arguyó victoriosamente que las reglas evidentemente violaban la libertad de movimiento y las leyes laborales contra la discriminación de la Unión Europea. El fallo levantó límites concernientes a jugadores de la Unión Europea. Poco tiempo después, límites relacionados a jugadores africanos, de Europa Oriental y latinoamericanos fueron formalmente desechados o hechos irrelevantes. De esta manera, el movimiento global dentro del pequeño mercado de futbolistas profesionales fue casi logrado. Actualmente, muchos de los mejores equipos no cuentan con ningún jugador local. La cuadrilla del Inter de Milán no incluía ningún jugador titular italiano al momento de ganar en la competencia europea mas prestigiosa, la Liga de Campeones, hace algunas semanas.

Supongamos que un movimiento laboral similar al anterior se esparciese a otras profesiones, que los médicos pudiesen trasladarse con igual facilidad de Camerún a España o Italia, tal como lo hizo Samuel Etoo, el artillero del Inter de Milán; o que los ingenieros pudiesen trasladarse de Costa de Marfil a Francia e Inglaterra, como Didier Drogba del Chelsea de London.

El futbol podría ayudarnos a vislumbrar este nuevo mundo donde la movilidad, en gran medida, no está sujeta a los impedimentos de fronteras políticas. La globalización del deporte más popular del mundo es responsable de dos acontecimientos:

El primero es de difícil cuantificación, pero la mayoría de los observadores están de acuerdo en que la calidad de juego ha mejorado: los jugadores tienen mayor resistencia, un mejor control del balón y una mejor técnica.

Junto con un sistema capitalista donde los equipos más ricos pueden comprar a los mejores jugadores sin importar techos salariales o límites de otro tipo, el movimiento laboral global concentra calidad hoy más que nunca. El puñado de equipos de futbol más ricos compran a los mejores jugadores y consiguen la mayoría de los trofeos, aumentando en popularidad, desarrollando una base internacional de seguidores, vendiendo más camisetas y anuncios publicitarios, añadiendo más tesoro a sus cofres y, además, comprando mejores jugadores.

La brecha entre los equipos en la cima y el resto se ha agrandado en importantes ligas europeas. En los últimos 15 años, los llamados “Grandes Cuatro” ingleses (Manchester United, Chelsea, Arsenal y Liverpool) han ganado todos los campeonatos de futbol inglés excepto uno. Y la concentración es aún mayor en Italia: en los últimos 20 años, solo un equipo fuera de los mejores cuatro ha ganado la Serie A, y esto solo una vez. No es ninguna sorpresa que igual que los cuatro mejores equipos ingleses los cuatro mejores equipos italianos están en la lista de los 20 equipos más ricos del mundo. En España, el Real Madrid y el Barcelona han ganado 17 de los últimos 20 campeonatos. En Alemania, dos equipos han ganado 13 de los últimos 16 campeonatos.

Los ganadores de la Liga de Campeones provienen de un círculo cada vez más reducido compuesto por los equipos más ricos. La Liga de Campeones se juega cada año, y en un lustro, podría haber, en teoría, 40 equipos distintos en los cuartos de final. A mediados de los años 70, ese número circundaba los 30. Desde entonces, cada lustro ha producido un número más reducido de equipos, con solo 21 en el período que termina este año. Podría llegar el día en que los mismos ocho equipos jugasen en los cuartos de final, año tras año. Algo aburrido, verdaderamente.

La globalización y la comercialización han producido dos resultados a nivel club: 1) un juego de mejor calidad, lo cual, en economía, equivale a mayor productividad y 2) una mayor concentración de equipos vencedores, lo cual equivale a mayor desigualdad.

La pregunta, entonces, es: ¿se puede preservar una mayor productividad y al mismo tiempo mitigar los efectos de la desigualdad? Sí, pero no en el nivel futbolístico tratado hasta el momento. Solo a nivel selección nacional – en la selección estadounidense o inglesa, digamos – , donde la Federation Internationale de Football Associations (FIFA) impone otras reglas. A nivel selección, los jugadores expatriados solo pueden jugar para sus países de origen. Hasta cierto punto, esta regla invierte la “fuga de piernas”, en especial cada cuatro años, durante la Copa Mundial, lo cual se asemeja al regreso ocasional de doctores cameruneses trabajando en Francia a Duala o Yaundé para realizar cirugías. Por ejemplo, en esta Copa Mundial solamente un jugador juega en casa de entre los 23 en la selección camerunesa y los 23 en la marfileña. Ghana cuenta con tres judadores domésticos. Y en el caso de Nigeria, ninguno juega en la liga nacional. Inclusive la diplomáticamente apartada Corea del Norte tiene a tres jugadores jugando en el extranjero.

En teoría, esta inversión del orden normal debería contribuir a igualar los marcadores un poco, especialmente porque judadores provenientes de ligas africanas pequeñas juegan en ligas más grandes en Inglaterra o España, lo cual se asemeja a un médico regresando a su país de origen con habilidades y conexiones obtenidas a través de una educación universitaria en Stanford o Yale.

De hecho, las disparidades entre selecciones nacionales han desminuido a ritmo constante, sobre todo durante la Copa Mundial. En las últimas tres Copas Mundiales la diferencia promedio de goles por juego entre ganadores y perdedores ha oscilado entre 1.2 y 1.3, a diferencia del 1.7 hace unos 30 años. La disminución ha sido aún más pronunciada para las ocho mejores selecciones: de 1.6 a 1.

Es decir, la brecha en desempeño entre selecciones es pequeña. La mayoría de los partidos terminan con un gol de diferencia, en empates o en partidos de desempate. A diferencia de lo que ocurre a nivel de clubes, hay más apertura entre las ocho mejores selecciones compitiendo en la Copa Mundial. Desde 1986, por lo menos una nueva selección nacional ha logrado avanzar hasta los octavos de final sin haber nunca antes llegado tan lejos: Ucrania en 2006; Senegal, Turquía y Corea del Sur en 2002; Croacia y Dinamarca en 1998; Rumania y Bulgaria en 1994; etc.

Las ligas nacionales de futbol sugieren que la globalización puede ser sostenible, y la disminución en desigualdad es ciertamente parte de ser sostenible. Hacia ese objectivo, la globalización del deporte debe ser acompañada de reglas universales por medio de las cuales los perdedores obtendrían algo a cambio de jugar el partido. Traducido al lenguaje cotidiano de la economía, parte de la fuga de cerebros puede ser invertida imponiendo obligaciones de corto plazo a los migrantes.

Esto requeriría una coordinación internacional entre países ricos, los cuales emitirían permisos laborales obligando a los migrantes a pasar, digamos, un año trabajando en su países de origen por cada cinco en el extranjero. Un período de tiempo pasado en casa sería la condición para la extensión del permiso laboral. Y este sistema continuaría por unas tres rondas más Para mayor impacto, el sistema requerirá una coordinación de políticas entre la mayoría de los países ricos.

Independientemente de las categorías, una política migratoria más abierta debería ser combinada con obligaciones especiales para los migrantes, quienes son los más beneficiados por un movimiento laboral más libre. Dicho sea de paso, dicho movimiento también beneficiaría a sus países de origen.

 

Branko Milanovic es profesor en la Escuela de Políticas Sociales en la Universidad de Maryland. Entre sus libros se encuentran “World Apart: Measuring International and Global Inequality” e “Income and Influence: Social Policy in Emerging Market Economies”. Traducido por Luis Santoyo Mejía.
Copyright © 2010 Yale Center for the Study of Globalization