Los límites del poder petrolero saudita
Los límites del poder petrolero saudita
WASHINGTON: Gracias al abundante petróleo bajo sus dunas y una aparentemente inagotable fuente de mano de obra extranjera calificada y no calificada, Arabia Saudita ha disfrutado de un importante auge económico. Los precios del petróleo crudo, de alrededor de USD $100 por barril en los últimos dos años, han evitado que los efectos de la recesión mundial afecten a Arabia Saudita como lo han hecho en otros países. En efecto, gracias a esta prosperidad, el reino también sobrevivió ileso los eventos de la Primavera Árabe, la cual fue catalizada por la desigualdad social y marginación política sentida en gran parte de la juventud árabe.
Al mismo tiempo que más adultos jóvenes alcanzan la mayoría de edad y esperan encontrar trabajo, más fuentes de energía alternativas surgen en el mundo. Así los líderes sauditas se están viendo en la necesidad de planear un futuro económicamente austero, lo cual está causando que el modelo de desarrollo saudita sea cuestionado. Las primeras víctimas de esta reestructuración incluirán los millones de expatriados que se mudaron a Arabia Saudita en un tiempo de auge económico ligado al petróleo. Aunque algunos han vivido y trabajado en el reino por años, el proceso para obtener la ciudadanía saudita es notorio por su inaccesibilidad, llevando a la mayoría de los expatriados a regresar a sus países de origen eventualmente.
Ciertos observadores han argumentado que la aparentemente inagotable habilidad del gobierno saudita para gastar miles de millones con el objetivo de mitigar crisis políticas, sociales y económicas, ha sido la clave para su relativa estabilidad. Sus líderes buscan balancear el aún predominante papel que desempeña el petróleo en la economía saudita a través de planeación económica a largo plazo. Al mismo tiempo intentan mostrar un compromiso con su capital humano gastando abundantes recursos en educación, vivienda, servicios de salud y creación de empleos.
A lo largo del reino, se encuentran 24 ciudades industriales en diversas etapas de planeación, las cuales se espera que provean de miles de empleos y oportunidades de vivienda a alrededor de 400,000 sauditas que se integran a la fuerza laboral cada año. Los gastos en desalinización de agua y proyectos de generación de electricidad para la próxima década están estimados en USD $134,100 millones. Alrededor de 130,000 sauditas estudian en el extranjero gracias al Programa de Becas del Rey Abdulá y más de la mitad de los sauditas inscritos en las más de 60 universidades del país son mujeres.
Sin embargo, este escenario ideal de un Estado dispuesto y capaz de desarrollar su capital humano al máximo y una población cada vez más educada y lista para liderar la economía mas grande del Medio Oriente tiene un detalle importante: casi nueve millones de residentes de Arabia Saudita, o alrededor del 32 por ciento de la población, son extranjeros que llevan a cabo labores de todo tipo, desde la limpieza hasta la administración de los bancos más importantes del país. Se estima que sólo alrededor del 20 por ciento de los trabajadores extranjeros se contarían como mano de obra calificada, mientras que hay cerca de dos millones de inmigrantes ilegales que no entran en las cifras oficiales. Dentro de una sociedad cuyos líderes proclaman que sus jóvenes representan su futuro, el papel de los inmigrantes es ambiguo.
Antes de la explosión demográfica saudita, en la cual su población pasó de 6.8 millones en 1973 a más de 28 millones en 2013, los campos en la Provincia Oriental empezaron a expulsar petróleo que llegó a tener uno de los costos de extracción más bajos del mundo. Una aceleración de la producción y un alza en los precios del petróleo en los primeros años de la década de 1970 garantizaron que Arabia Saudita experimentara una de las transformaciones más rápidas de la historia moderna. De ser un desierto infértil con densidad poblacional bajísima, Arabia Saudita pasó a tener carreteras, aeropuertos y redes de comunicación de última tecnología.
Sin embargo, hasta hace poco, el país no contaba con la mano de obra necesaria para implementar sus proyectos a gran escala. El “milagro en el desierto” de Arabia Saudita necesitó un flujo masivo de extranjeros de todo el mundo árabe, África y Asia para hacer realidad su desarrollo acelerado.
La oficina que da ayuda gubernamental a desempleados confirmó recientemente lo que se ha sabido por bastante tiempo: alrededor de 600,000 sauditas están desempleados y casi un 80 por ciento de ellos son menores de 30 años. Analistas añadieron que el sector privado, el cual ha estado tradicionalmente dominado por extranjeros, es el lugar lógico para absorber a los desempleados sauditas.
Para prevenir choques en el sistema, las autoridades sauditas implementaron un programa denominado “Nitaqat” para clasificar a las empresas de acuerdo al porcentaje de ciudadanos sauditas en su nómina. “Nitaqat” recompensa a las empresas que contratan a más sauditas y penaliza a las que no lo hacen. Aunque algunos lo han llamado una medida de sentido común debido a la necesidad económica de reducir el índice de desempleo, los empresarios consideran que es una más de las exigencias arbitrarias que solamente sirven para reducir sus ganancias.
Empresarios sauditas se han quejado por largo tiempo y en privado de lo que consideran una cierta arrogancia por parte de los jóvenes sauditas. Estos jóvenes, según los empresarios, esperan salarios altos a pesar de no tener ni querer conseguir experiencia laboral. Muchos no tienen las habilidades necesarias para llevar a cabo trabajos técnicos o no quieren trabajos que consideran de baja categoría. El debate entre los empresarios, las autoridades encargadas de planear las políticas laborales y los intelectuales se quedó tras puertas cerradas por años. Sin embargo, recientemente, la conversación ha continuado a través de redes sociales como Twitter, páginas de chat en Internet y los medios masivos de comunicación.
A principios de abril, el gobierno comenzó a tomar medidas enérgicas en contra de los trabajadores extranjeros que violaran las regulaciones que los obligan a trabajar solamente para quien haya patrocinado su visa originalmente. Lo anterior fue con el objetivo de abrir puestos de trabajo que no requirieran demasiada capacitación y que ciudadanos sauditas pudieran llevar a cabo. Tras los arrestos, cientos de tiendas, restaurantes y escuelas privadas cerraron sus puertas, sirviendo como recordatorio para los sauditas del papel esencial desempeñado por los migrantes en su sociedad.
Aunque amplios sectores de la población apoyaron las medidas diciendo que eran perfectamente legales, una pequeña minoría se hizo escuchar al expresar opiniones xenofóbicas en Internet, no solamente apoyando las nuevas medidas, sino también lanzando campañas injuriosas en contra de ciertos grupos no sauditas como los migrantes ilegales que han vivido por años en el país. Algunos partidarios de las políticas denominadas “los sauditas primero” incluso presentaron a los migrantes ilegales y trabajadores extranjeros como parásitos e invasores de la nación que sólo se dedican a actividades ilegales como el crimen organizado, las pandillas, la prostitución e incluso la brujería.
Con la intensificación de las tensiones sociales, otros sauditas aconsejaron a sus connacionales que no transfirieran su hostilidad a los millones de trabajadores legales que han desempeñado un papel importantísimo en el desarrollo del reino, instando a los sauditas a tratar a los inmigrantes como sus huéspedes. Entre los escritores que pidieron a los sauditas que se examinaran a sí mismos está Khalaf Al-Harbi quien declaró en el periódico Saudi Gazette: “la culpa es de nosotros y no de los trabajadores extranjeros”. Mientras tanto, alrededor de 800,000 yemeníes, indios, pakistaníes y filipinos, entre otras nacionalidades, fueron deportados en los últimos 18 meses, dando una dimensión global a lo que las autoridades sauditas ven como medidas necesarias para reducir un índice de desempleo del 12 por ciento. Las autoridades en los países de origen de algunos de los deportados han expresado preocupaciones con su propia habilidad de absorber las decenas de miles de personas que están llegando a sus mercados laborales. Los gobiernos de Yemen y Filipinas incluso han reconocido que sus economías dependen de las remesas internacionales provenientes de países como Arabia Saudita.
El discurso nacional se vio complicado por la emergencia de un número considerable de casos de abuso a trabajadores domésticos extranjeros por parte de empleadores sauditas, así como reportes de cuidadores y niñeras extranjeros abusando o incluso matando a niños sauditas bajo su cuidado. Algunos sauditas han culpado a los miembros árabes de la Hermandad Musulmana que huyeron de países como Egipto y Siria en las décadas de 1950 y 1960, “exportando” su marca de Islam militante hacia el reino. En abril, un representante del gobierno saudita declaró a un periódico local que los imanes en las mezquitas de la región de La Meca debían ser ciudadanos sauditas, aunque clérigos extranjeros siguen siendo personalidades prominentes en diversos canales de televisión satelital.
La incertidumbre y el pánico causados por las medidas tomadas por el gobierno llevaron al Rey Abdulá a declarar un periodo de gracia de tres meses para que los trabajadores ilegales regularizaran su situación. Sin embargo, los sauditas tendrán que tomar decisiones fuertes en los próximos meses acerca de los millones de extranjeros que viven legalmente en su país, todo mientras el gobierno busca resolver un alto índice de desempleo y asegurar trabajos para su juventud.